lunes, junio 2, 2025
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¿Puede una imagen digital tener alma?

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¿Puede una imagen digital tener alma? En una época en la que los memes se viralizan más rápido que una gripe y las obras de arte generadas por inteligencia artificial se venden por miles de euros, parece que todo es reproducible, editable o desechable. Pero, hace casi un siglo, el filósofo Walter Benjamin ya advertía de algo parecido: con la llegada de la fotografía y el cine, el arte perdía su “aura”, esa cualidad casi mágica que tenían las obras únicas e irrepetibles. Hoy, con la explosión del arte digital, los NFTs y la creación asistida por máquinas, la pregunta resurge con más fuerza que nunca: ¿hemos enterrado el aura definitivamente… o simplemente ha cambiado de forma?

El aura según Benjamin

Walter Benjamin (1892-1940) fue un filósofo alemán vinculado – pero no asociado – con la Escuela de Fráncfort, cuya línea de pensamiento entraba dentro de la teoría estética y el marxismo occidental. En los años treinta, se hizo una pregunta que sigue resonando hoy: ¿qué pasa con el arte cuando puede ser reproducido una y otra vez? Hasta entonces, las obras de arte eran únicas, ocupaban un lugar concreto, y para verlas había que estar ahí. Benjamin llamó a eso el aura: una especie de halo invisible que rodea a la obra y que le da una sensación de distancia, de reverencia, incluso casi de ritual.

Con la llegada de la fotografía y el cine, esa unicidad se rompió. Una imagen podía ser impresa miles de veces, proyectada en cualquier sala, vista por miles de personas al mismo tiempo. El arte dejaba de ser exclusivo y se convertía en accesible. Según este filósofo, esa pérdida de aura no era algo necesariamente malo: abría una puerta a la democratización del arte, lo sacaba de los templos y lo llevaba a las masas. Pero también implicaba una transformación: el arte ya no era solo contemplación silenciosa, también podía ser consumo rápido.

Lo interesante es que Benjamin escribió esto antes de internet, de las redes sociales, de la globalización, de la cultura de masas… Su análisis de la pérdida del aura se basaba en la reproducción técnica analógica… pero hoy vivimos en una cultura de reproducción infinita. ¿Qué quedaría del aura en un mundo donde todo puede duplicarse, modificarse y compartirse al instante?

¿Qué pasa con las imágenes digitales hoy?

Hoy todo es imagen. No solo las consumimos, también las reproducimos y las compartimos instantánea y constantemente. Fotografías de nuestro día a día, memes, vídeos, reels, stickers, avatares… Vivimos en una especie de torrente visual continuo donde cada imagen puede ser reproducida al instante, editada, reenviada o volverse viral en cuestión de minutos, y donde es imposible contabilizar la cantidad de imágenes que consumimos diariamente. Si Benjamin hablaba de la pérdida de aura en la era de la fotografía y del cine, ¿qué diría del universo visual en el que estamos inmersos hoy?

En este contexto, las imágenes digitales no parecen tener límites ni fronteras; son inmateriales, múltiples, fugaces. El arte digital, por su parte, se enfrenta a un dilema: ¿Cómo se valora una obra que cualquiera puede copiar con un click? Los NFTs (tokens no fungibles) son certificados digitales registrados en una blockchain que representan elementos físicos o digitales que son únicos. Cada token tiene diferentes propiedades, por lo que no son intercambiables entre ellos. Estos certificados garantizan la “propiedad” de una imagen digital, aunque pueda seguir circulando libremente por la red. Es decir: el aura se reconstruye artificialmente, no en la obra misma, sino en su contrato de exclusividad.

Y, sin embargo, algunas imágenes digitales parecen tener una fuerza que va más allá de lo puramente técnico. Pensemos en ciertos memes icónicos que han definido momentos culturales, o en aquellas imágenes virales que logran condensar emociones colectivas: una fotografía de una propuesta, un selfie histórico, un tweet con captura incluida. Aunque se repitan mil veces, no todas las imágenes tocan de la misma manera. Algunas tienen algo especial. ¿Podría ser eso una nueva forma de aura?

También está el caso del arte generado por inteligencia artificial. Estas imágenes son creadas por algoritmos a partir de instrucciones de texto, sin intervención humana directa. ¿Quién se considera el autor de dicha obra? ¿Hay emoción, intención, “alma” en una obra generada por una máquina? ¿Se puede considerar arte real? Las preguntas incomodan, pero también revelan hasta qué punto seguimos buscando algo más en las imágenes: no solo su forma, sino su energía, su historia, su capacidad de evocarnos algo.

¿Una nueva forma de aura?

Si Benjamin asociaba el aura con la unicidad y la distancia, hoy quizá podríamos pensar en un aura digital, distinta, pero no menos potente. Ya no se trata solo de la obra original, sino de la experiencia compartida que genera una imagen. Una imagen digital no es única en términos materiales ni espaciales: puede replicarse infinitamente, circular sin soporte físico y no tener un “aquí y ahora” propios, pero puede serlo en su contexto, en su momento, o en el eco que produce.

Un meme, por ejemplo, no es “el original” en ningún sentido tradicional. Pero hay memes que marcan un tiempo, que se convierten en lenguaje, en símbolo o en identidad colectiva. Un meme puede tener aura si lo entendemos como presencia cultural: está en todas partes, pero es reconocible, tiene una historia, una “carga” simbólica. Lo mismo ocurre con las imágenes virales, como aquellas que recogen momentos clave de movimientos sociales, tragedias globales o gestos cotidianos que despiertan una respuesta emocional masiva. Esas imágenes encuentran su valor, más que en su exclusividad, en el tipo de relación que establecen con quienes las ven.

Incluso en el arte digital hay obras que adquieren un aura distinta: una presencia viva en la red, que se transforma con los comentarios, las reacciones o los usos que le da la comunidad. Algunas piezas creadas para internet nacen con la intención de circular, de mutar o de desbordar sus límites. Y es en ese proceso donde aparece algo cercano al aura: una especie de magnetismo colectivo, de significación, que de lo que realmente depende es de la conexión emocional y simbólica que se establezca.

Benjamin decía que el aura se vinculaba al aquí y al ahora de la obra. Pero ¿y si ese “aquí” y “ahora” no está en un espacio físico, sino en la actualidad digital, en ese instante compartido que dura solo unos segundos… pero que se queda en la memoria colectiva? Puede que no hayamos perdido el aura, sino que hemos cambiado el lugar donde la buscamos.

¿Y si el aura no ha muerto?

Cuando Benjamin habló de que el aura desaparecía con la reproducción técnica, estaba señalando una transformación en la forma en que nos relacionamos con las imágenes, pero no necesariamente estaba escribiendo un réquiem. Quizá el aura se ha adaptado a la nueva sociedad, se ha transformado, al igual que lo hemos hecho nosotros.

Hoy, más que nunca, estamos rodeados de imágenes, imposible de contabilizarlas. Y, sin embargo, algunas generan un gran impacto en quien las visualiza. Ya sea porque nos conmueven, nos hacen reír o reflexionar, nos representan. Se convierten en un símbolo, ya sea de una generación, de una protesta o de un duelo colectivo. Otras se imprimen en nuestra memoria sin entender realmente por qué. Hay imágenes que no se agotan en su repetición; al contrario: se cargan de sentido precisamente por cómo circulan o nos llegan.

Puede que la experiencia del aura no dependa tanto de estar frente a un objeto único, como proponía Benjamin, sino de la intensidad y la singularidad de la relación que una imagen genera en un entorno globalizado, colectivo y digital. Esa conexión no es nueva – el arte siempre la ha buscado –, pero sí ha cambiado el modo en que se produce y se comparte: ya no requiere un original, ni un museo, ni siquiera un autor claro. Solo una imagen capaz de tocarnos, aunque sea por un instante.

En un mundo saturado de copias, seguimos buscando algo que nos haga sentir que hay presencia en lo que vemos. Algo que no puede explicarse solo en términos técnicos o algorítmicos. Y en ese gesto – en esa búsqueda – puede que todavía estemos rozando, aunque sea fugazmente, una nueva forma de aura.