En plena era de la ciencia, con telescopios espaciales escaneando galaxias y algoritmos capaces de predecir comportamientos humanos, mucha gente sigue abriendo cada día su app del zodiaco, compartiendo memes astrales y preguntando los signos zodiacales antes que el nombre. ¿Qué hace que la astrología – una práctica ancestral desacreditada de la ciencia – resurja con fuerza entre generaciones hiperconectadas y supuestamente racionales?

Este artículo explora el auge contemporáneo de la astrología desde una mirada sociológica y psicológica. Más allá de juzgarla como creencia irracional, se analiza qué necesidades simbólicas, identitarias y emocionales satisface en un mundo saturado de incertidumbre, ansiedad y búsqueda de sentido. La astrología es una forma de narrar la experiencia, de sentir comunidad y de reclamar agencia en medio del caos. Y, en las redes sociales, ha encontrado el terreno fértil perfecto para mutar, expandirse y resistir.
Breve historia de la astrología y su desplazamiento por la ciencia moderna
La astrología no es un invento reciente ni una moda pasajera. Durante siglos, fue una parte central de cómo los seres humanos entendían el mundo. En las antiguas civilizaciones de Babilonia, Egipto, Grecia o Roma, se creía que los astros influían directamente en los asuntos humanos. Reyes y emperadores consultaban astrólogos antes de tomar decisiones importantes, y la astrología convivía sin conflicto con el conocimiento considerado científico en su época.
Durante el Renacimiento, esta práctica alcanzó un nuevo auge al mezclarse con la cosmología de pensadores como Kepler, que, aunque hoy se recuerda por sus contribuciones a la astronomía, también se interesó profundamente por los efectos de los planetas en la vida terrestre. La astronomía era entonces parte del saber general, sin la separación tajante que hoy hacemos entre ciencia y creencia.
Pero esa convivencia se fue erosionando con la llegada de la Ilustración y la consolidación del método científico. La astrología, incapaz de ofrecer pruebas verificables o replicables, se fue trasladando progresivamente al terreno de lo irracional, lo supersticioso o lo esotérico. La astronomía se emancipó como ciencia “seria”, mientras que la astrología fue relegada al margen cultural. No obstante, no desapareció. Sobrevivió en los márgenes, revistas, programas de radio, columnas de periódico… y, décadas más tarde, en memes y aplicaciones móviles. Porque, aunque los tiempos cambien, la necesidad humana de buscar sentido en el cosmos permanece.
El resurgir de la astrología en el siglo XXI
A pesar de haber sido desacreditada durante siglos por la ciencia, la astrología ha resurgido con fuerza en las últimas décadas, especialmente entre gente nacidos entre los 80 y principios de los 2000. En plena era digital, hablar de signos zodiacales, cartas astrales y compatibilidades planetarias se ha convertido en algo común y compartido entre los jóvenes. Pero este nuevo auge no tiene mucho que ver con los horóscopos genéricos de los periódicos; es una astrología adaptada a los códigos de la cultura contemporánea.
Aplicaciones móviles como Co-Star, The Pattern o Chani han reinventado la manera en que se consume la astrología: interfaces limpias, notificaciones personalizadas y lenguaje que mezcla psicología, espiritualidad y autoayuda. En redes sociales como Twitter, TikTok o Instagram, los contenidos astrológicos se viralizan en forma de memes, tweets, guías rápidas y publicaciones que combinan humor, ironía y reflexiones emocionales. Existen cuentas, como @hourIyhoroscope, un bot que sube frases inspiradoras para cada signo del zodiaco, o @esperanzagracia, una famosa astróloga española, cuyo contenido está dedicado íntegramente al horóscopo. La astrología se convierte así en una herramienta para expresarse, para identificarse con una comunidad, o simplemente para reírse de una misma (“no es que me contradiga, es que soy Géminis”).

A diferencia de épocas anteriores, esta astrología contemporánea es más horizontal, participativa y personalizada. No hay gurús inalcanzables ni doctrinas rígidas: cada persona puede aprender, crear contenido, y usar el zodiaco a su manera. Se vuelve algo más parecido a un lenguaje compartido que a una creencia absoluta. Para muchas personas, no se trata de “creer” o “no creer”, sino de disfrutar de un sistema simbólico que les ofrece una narrativa sobre sí mismas y el mundo.
¿Qué busca la gente cuando acude a la astrología?
La astrología actual ya no se presenta como una verdad absoluta, ni pretende competir con la ciencia. Funciona más bien como una herramienta simbólica, emocional y cultural que responde a necesidades muy humanas. En un mundo marcado por la incertidumbre, la velocidad y la sobreexigencia, muchas personas encuentran en el zodiaco una forma de explicarse a sí mismas, de aliviar la ansiedad o incluso de jugar con su identidad.
La astrología ofrece una narrativa de sentido. En tiempos donde todo parece impredecible —desde las condiciones laborales hasta el clima o la política—, poder atribuir ciertos estados de ánimo o situaciones vitales al movimiento de los planetas resulta tranquilizador. No porque se crea literalmente en la influencia cósmica, sino porque permite organizar el caos con un lenguaje metafórico: Mercurio retrógrado es, además de un fenómeno astronómico, una manera culturalmente compartida de decir “todo me está saliendo mal y necesito una explicación que no dependa solo de mí”.
También cumple una función de autoconocimiento. Muchas personas usan su carta natal como una especie de mapa interno: no se trata de determinar su destino, sino de entender ciertos rasgos de su personalidad, sus formas de vincularse o sus reacciones emocionales. En ese sentido, la astrología puede actuar como una especie de espejo simbólico que permite reflexionar sobre uno mismo. Frases como “soy Tauro, necesito estabilidad” o “tengo ascendente en Leo, por eso me gusta llamar la atención” se convierten en una forma amable de hablar de los propios deseos, miedos o patrones.
Otro factor importante es el social. En redes, la astrología funciona como un lenguaje común que permite compartir memes, reírse de una misma, debatir sobre compatibilidades o incluso ligar. Es una excusa para conversar, identificarse o pertenecer a un grupo. No hay que subestimar ese aspecto: en un entorno digital donde la conexión suele ser fugaz o superficial, tener un marco simbólico compartido —aunque sea el zodiaco— puede generar vínculos reales.
Y, finalmente, está su función emocional: una forma de contención suave frente al malestar. En vez de sentirse “raras”, las personas pueden encontrar alivio al pensar que sus emociones responden a una lógica astral. Esto no sustituye el apoyo psicológico profesional, pero puede actuar como un pequeño gesto de cuidado emocional cotidiano.
No se trata tanto de una “creencia” ciega, sino de una herramienta simbólica multifuncional: sirve para narrarse, conectarse, entender(se) y hasta calmarse un poco. Y eso, en estos tiempos, no es poca cosa.
¿Por qué ahora? Astrología, capitalismo emocional y era digital
El resurgir de la astrología no se da en el vacío. No es casual que, en plena era de la hiperconectividad, la ansiedad global y el cansancio crónico, millones de personas se vean atraídas por los horóscopos, las cartas astrales o los memes zodiacales. La astrología actual se mueve cómodamente entre el scroll infinito, los algoritmos de TikTok y las promesas de bienestar emocional. Y, en ese cruce entre mística y marketing, se despliega todo su poder cultural.

Vivimos en lo que algunos teóricos como Eva Illouz llaman un capitalismo emocional: un sistema en el que se espera que gestionemos nuestras emociones con eficiencia, optimismo y responsabilidad individual. Si algo va mal, la culpa es tuya por no meditar, no hacer journaling o no identificar correctamente tus patrones de apego. En ese contexto, la astrología aparece como una herramienta de gestión emocional: un lenguaje accesible, inmediato y adaptable que permite nombrar lo que sentimos sin necesidad de una explicación clínica.
Pero no solo es emocional, también es compatible con las lógicas del mercado digital. Las apps astrológicas ofrecen experiencias ultrapersonalizadas, basadas en datos precisos (hora, lugar de nacimiento) y diseñadas para generar apego emocional. Algunas incluyen notificaciones diarias con consejos, mensajes motivacionales o advertencias cósmicas. Otras permiten analizar tu compatibilidad con amistades o parejas. Todo se presenta con un diseño elegante, un tono introspectivo y la promesa de “conocerte mejor”. Es decir: astrología hecha a medida del yo contemporáneo.
Por otro lado, el formato meme o shitpost astrológico convierte esta práctica en contenido compartible, viral y adaptable a cualquier tono: desde la ironía hasta el romanticismo. La astrología se desliza por las plataformas digitales como una especie de cultura líquida: tan seria o absurda como queramos, tan íntima o colectiva como necesitemos. Y ese carácter flexible, juguetón y, al mismo tiempo, profundo, encaja perfectamente con los consumos culturales actuales.
En este escenario, la astrología no compite con la ciencia, ni pretende demostrar nada. Su valor no está en su “veracidad”, sino en su capacidad simbólica: ofrece consuelo, narrativa, pertenencia y una ilusión de control sobre lo incontrolable. Tal vez no necesitamos saber si Saturno influye de verdad en nuestras decisiones. Tal vez solo necesitamos que alguien nos diga que está bien sentirnos así, y que pronto, cuando Venus entre en Piscis, todo va a mejorar.
¿Creer o interpretar?
En lugar de preguntarnos si la astrología es verdadera o falsa, quizás deberíamos preguntarnos para qué nos sirve. El fenómeno actual no se sostiene tanto en la fe como en la función: se trata de un marco simbólico flexible que permite nombrar emociones, pensar sobre uno mismo y generar comunidad. En un mundo sobrecargado de información y desprovisto de certezas, no es extraño que volvamos a mirar las estrellas.
Hoy, leer un horóscopo, más que creer en una fuerza astral que gobierna nuestro destino, implica jugar con significados, buscar patrones, inventar relatos. La astrología contemporánea se parece más a un espejo que a un oráculo: no nos dice lo que somos, sino que nos da materiales para pensarlo. Y, aunque lo haga con símbolos antiguos y planetas mitológicos, lo que refleja son preocupaciones muy actuales: la necesidad de sentido, de contención, de identidad, de vínculos.

Así que no, no estamos en una era de regresión irracional. Estamos en una era saturada, emocionalmente exigente, y profundamente conectada. Y, en ese contexto, la astrología funciona como lo que siempre fue: un lenguaje cultural que, aunque no se lea en clave científica, sigue diciendo mucho sobre lo que somos, lo que sentimos y lo que necesitamos.
Porque al final del día, tal vez no importa si eres ascendente Libra o luna en Escorpio. Lo importante es que algo de esa frase te hizo pensar en ti, y, por un momento, todo pareció tener un poco más de sentido.