martes, junio 24, 2025
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Asesinos sin rostro: los crímenes que siguen desconcertando al mundo

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Desde hace más de un siglo, los asesinos sin identidad han ocupado un lugar privilegiado en el imaginario colectivo. No se trata solo de sus crímenes —brutales, a menudo inhumanos—, sino del silencio que los rodea. Cuando la justicia no llega y el rostro del asesino permanece oculto, el miedo se transforma en mito. Y el mito, en obsesión.

En la historia del crimen moderno, algunos casos destacan no tanto por su número de víctimas, sino por el misterio que los envuelve. En cada uno de estos casos, las pistas existen, los cuerpos aparecen, las teorías se multiplican… pero la identidad del asesino permanece en la sombra. Estos crímenes nos inquietan no solo por su violencia, sino por lo que revelan de nosotros mismos. La fascinación por lo inexplicable, la necesidad de encontrar sentido al horror, la atracción por lo prohibido.

Este artículo es un recorrido por algunos de los asesinos más enigmáticos de la historia moderna. No para glorificarlos, sino para entender por qué seguimos hablando de ellos. Qué tienen en común sus crímenes, cómo moldearon la cultura popular, y qué nos dice su anonimato sobre nuestra relación con el mal, la justicia y la memoria.

Jack el Destripador: el primer asesino en serie moderno

En otoño de 1888, el barrio londinense de Whitechapel se convirtió en escenario de una serie de crímenes que marcarían un antes y un después en la historia del asesinato. Cinco mujeres – todas en situación de pobreza o exclusión social – fueron brutalmente asesinadas, aunque se le atribuyen más víctimas. Sus cuerpos mostraban una violencia extrema y una precisión que hizo pensar que el culpable era alguien con conocimientos médicos. Pero, tras meses de investigaciones, el asesino nunca fue identificado.

La prensa victoriana, hambrienta de escándalos, convirtió los crímenes en espectáculo. Las cartas enviadas a los periódicos, firmadas por “Jack el Destripador”, alimentaron aún más el terror colectivo. Aunque no se puede confirmar que todas fueran auténticas, el nombre caló hondo en la imaginación popular.

A lo largo de los años se ha señalado a decenas de sospechosos. Sin embargo, las pruebas nunca fueron concluyentes y el caso permanece abierto. La falta de resolución, unida a la crudeza de los asesinatos y al contexto social – un Londres marcado por la desigualdad y la miseria –, convirtió a Jack el Destripador en una figura legendaria.

Hoy, más de un siglo después, su historia sigue inspirando libros, películas y teorías. No tanto por lo que hizo, sino por lo que nunca llegamos a saber: quién fue realmente y por qué hizo lo que hizo.

El Asesino del Zodíaco: el criminal que jugó con la prensa

A finales de los años 60, en el Área de la Bahía de San Francisco, California, un asesino comenzó a atacar a jóvenes en zonas apartadas. La primera víctima conocida fue una pareja asesinada por un arma de fuego. Después vinieron más ataques, asesinando hasta a cinco personas y dejando a dos heridas. Pero lo que convirtió al llamado “Asesino del Zodíaco” en una figura única no fueron solo sus crímenes, sino su forma de comunicarse con el mundo.

Entre 1969 y 1974, el Zodíaco envió cartas a los periódicos más importantes de la región. En ellas, se atribuía los asesinatos y amenazaba con matar de nuevo si no se publicaban sus mensajes en portada. Algunas de estas cartas incluían criptogramas, firmados con un extraño símbolo parecido a una cruz en un círculo. De los cuatro códigos principales, uno tardó más de 50 años en descifrarse: fue resuelto en 2020 por un grupo de criptoanalistas aficionados.

Las cartas revelaban a un asesino obsesionado con la atención mediática y con sembrar el miedo. Aunque él mismo afirmó haber matado a 37 personas, solo cinco homicidios están confirmados oficialmente. Según el contenido de las cartas, sus víctimas serían esclavos suyos en el más allá.

A pesar de múltiples sospechosos —el más conocido, Arthur Leigh Allen—, nunca se logró una identificación definitiva. El caso fue cerrado y reabierto varias veces, y sigue despertando el interés de investigadores, cineastas y teóricos de la conspiración.

El asesino de los torsos de Cleveland: la pesadilla de la Gran Depresión

Entre 1935 y 1938, en los márgenes del barrio marginal conocido como Kingsbury Run, Cleveland vivió una serie de crímenes especialmente macabros. Al menos trece cuerpos fueron hallados mutilados, decapitados y en ocasiones desmembrados con precisión quirúrgica. Aunque el número oficial de víctimas son trece, se cree que pudo haber más. Aunque la mayoría de las víctimas nunca fueron identificadas, se cree que todas fueron personas en situaciones de pobreza o exclusión social.

La prensa lo bautizó como el “Asesino del Torso”, también conocido como el “Carnicero loco de Kingsbury Run”, porque en la mayoría de los casos solo se recuperaban partes del cuerpo. Los crímenes generaron una ola de pánico en la ciudad y pusieron en jaque a las autoridades. El entonces director de seguridad pública de Cleveland, Eliot Ness, famoso por su lucha contra Al Capone, se involucró directamente en el caso. Aunque consiguió limpiar y reformar Kingsbury Run, nunca logró capturar al asesino.

El Asesino del Torso no dejó cartas ni símbolos, pero su brutalidad sistemática y el contexto social en que actuó lo convierten en uno de los crímenes más oscuros y olvidados del siglo XX en Estados Unidos.

El asesino de Long Island: un misterio del siglo XXI

En diciembre de 2010, una agente de policía y su perro de rastreo descubrieron restos humanos en una zona boscosa cerca de Gilgo Beach, en Long Island (Nueva York). Lo que parecía un hallazgo aislado pronto se convirtió en algo mucho más siniestro: en los meses siguientes, se encontraron los cuerpos de al menos 10 personas (podría elevarse a 18), en su mayoría mujeres jóvenes que ejercían la prostitución y habían desaparecido tras contactar con clientes por internet.

El caso, que pronto fue bautizado como el del «Asesino de Long Island», sacó a la luz no solo los crímenes, sino también la desprotección de mujeres marginadas en entornos digitales y precarios. Durante años, la policía acumuló pistas —registros telefónicos, restos, llamadas anónimas a familiares de las víctimas—, pero sin lograr identificar al asesino.

El caso dio un giro en 2023, cuando se detuvo a Rex Heuermann, un arquitecto de Manhattan, como principal sospechoso. La investigación seguía abierta mientras se analizaban nuevas pruebas, incluidas coincidencias de ADN. Aun así, persisten dudas: ¿es Heuermann responsable de todas las muertes o solo de algunas? ¿Podrían estar implicadas más personas?

Lo que comparten los asesinos sin rostro

Aunque separados por décadas y contextos, estos asesinos tienen varios rasgos en común que explican, en parte, su perdurable impacto en el imaginario colectivo.

Primero, el anonimato persistente. La incapacidad de identificar a los culpables convierte cada caso en un puzle sin solución, abierto a la especulación, la mitología y la ficción. La figura del “asesino sin rostro” genera una mezcla de miedo y fascinación: es un criminal que podría ser cualquiera, en cualquier lugar.

Segundo, la exposición mediática. Los periódicos victorianos, los del siglo XX o los foros de internet, han sido responsables de su gran difusión. En algunos, como el del Zodíaco, el asesino alimentó esa cobertura; en otros, como el de Gilgo Beach, fue el vacío de respuestas lo que mantuvo vivo el interés.

Además, todos se cebaron con víctimas en situación de vulnerabilidad: personas sin recursos, trabajadoras sexuales, personas al margen del sistema. Esta elección no solo dificultó las investigaciones, sino que también refleja cómo el sistema tiende a mirar hacia otro lado cuando las víctimas no encajan en el perfil «protegido».

Por último, sus casos nos recuerdan que el mal no siempre tiene rostro… y que, a veces, lo más inquietante es no saber.

El enigma como espejo

Los asesinos sin rostro nos siguen fascinando porque encarnan el miedo a lo desconocido. No son solo criminales: son símbolos. Del fracaso del sistema para proteger a los más vulnerables. De las limitaciones de la tecnología, incluso hoy. De la sombra que puede esconderse en cualquier calle, en cualquier rostro anónimo.

Estos casos revelan cómo el crimen y la sociedad se moldean mutuamente. En cada época, el asesino invisible adopta nuevas formas: el flâneur de los callejones victorianos, el justiciero retorcido que escribe a los periódicos, el usuario silencioso de una app de citas. Pero la sensación de inquietud que dejan tras de sí permanece intacta.

No saber quién fue les otorga una presencia inquietante: no pueden ser encerrados, ni juzgados, ni olvidados del todo. Y es ahí donde reside su poder duradero. Además de matar, dejaron una pregunta abierta… que aún hoy no tiene respuesta.